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andres palmero

                                       LA LUZ DEL TIEMPO
                               Claro García es escritor, publicitario y guionista. Goya 2015 al mejor guión adaptado.

                                                   

 

Existe en las fotografías de Ranommanfhoto (Andrés Palmero) una prodigiosa sencillez teñida de vértigo, como si todo hubiera ya sucedido, como si el viejo y querido ejercicio de la mirada supusiera el viaje de regreso a un pasado que, sorprendentemente, aún no ha acontecido.

 

Ranomman fotografía un pasado que cada vez está más cercano. Una afortunada contradicción que no es la única: en sus imágenes la nada está llena de vida, el blanco de negro. Los silencios rebosan palabras que no se oyen pero que poco a poco adquieren sentido porque hablan de nosotros mismos, de lo que sentimos. Sus fotografías contienen palabras. He visto sin llegar a verla la palabra amistad, y sueño, y óxido, tractor, presente, vacío, caracol, niña, amor, música, nostalgia y desconcierto. Las imágenes y las palabras mudas que contienen tienen que ver con nosotros, con nuestro interior; con los cuartos secretos del alma que de vez en cuando habitamos. Estancias vacías llenas de nosotros mismos. Nunca he visto más gente que en esa Plaza del Ayuntamiento vacía que fotografía Palmero. No sé si ya nos hemos ido o aún no hemos llegado, pero estoy convencido de que estamos ahí. El pasado es el presente, el blanco es negro y el tránsito es lo inmóvil.

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las fotografías de Ranomman hablan de lo cercano, pero de una forma tan cotidiana que produce extrañeza. Es la cotidianidad de un abismo que tiene que ver con nosotros, con los cansados, los melancólicos, los payasos, los soñadores, los que ya hemos estado allí y hemos regresado. Hay en sus fotos una rotundidad sin matices y, a la vez, secretos puntos de fuga donde habita la luz, la duda, el color y el deseo. En cada encuadre hay un deseo de compartir, una modernidad bien entendida; hay tanta verdad y realidad como sueños y ficción. Sueños propios y sueños ajenos. Me gustan ambos. Me gustan las fotografías que me ayudan a saber quién soy y dónde estoy. Las fotos de Palmero ya sucedieron, o sucederán, como el murmullo de esa multitud invisible ocupando la vacía Plaza del Ayuntamiento. Todo ha sucedido para que vuelva a suceder; o quizás aún no, y esas fotos que suceden en pasado son visiones del futuro: nubes mal engrasadas, columpios, pisadas en charcos milagrosos, la tarde que muere sobre los viejos remaches del puente mientras pasa junto a la Catedral el dolor inestable de los circos en tránsito.  Mujeres tatuadas, niebla y luz. Las fotografías despiertan deseos, y yo deseo que los niños sigan volando en los columpios o sobre la arena de la playa; que la vida siga en las esquelas de las paredes; quiero descubrir el sagrado y solitario dolor de las capas de una cebolla, el misterio de las mujeres que charlan en gris tras los cristales de una cafetería, las notas del trompetista, la hermosa socorrista sobreviviendo fuera del la piscina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Uno desea vivir lo que ha visto, y quizás llegar a ser lo que aún no ha sido. Uno, en el fondo, desea desafiar al tiempo. Lo cierto es que llega un momento en la vida –suele coincidir con cada nuevo fin del mundo-, en el que sientes deseos de que Ranomman te fotografíe. Luego descubres que no, que quizás no, que lo verdaderamente importante es habitar la tarde, ayudar a Ranomman a retirar las pinzas que sujetan las sábanas de su Estudio, asomarte al pozo del patio, vacilarle al gigantesco gato, ver la granja de los caracoles, los trillos… Entonces, y solo entonces, descubrirás que te pareces, que puedes parecerte o que te irás pareciendo al tipo que aparece en esa foto que Ranomman aún no ha hecho.

 

      Claro García

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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